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El hombre que sonríe junto a un espumante

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El hombre que sonríe junto a un espumante

El hombre que sonríe junto a un espumante

El tipo te recibe con una sonrisa, sentado sobre una caja de espumantes que espera ser llevada a un lugar incierto.

A la derecha del estacionamiento se acumulan las plantitas que atesora y que cambian de maceta como quien se muda a una casa más grande. Afuera empieza a apretar la tarde. Adentro, el fresco de una añosa bodega que atesora más de un millón de botellas de espumantes de muchas épocas. Para la victoria y para la derrota. El tipo sonríe, siempre. Le gusta pescar. Le gusta comer. Y piensa en un zapallo de 70 kilos que se viene. Le pregunto si es rico. Y no, me responde. Se deja comer, pero la foto será maravillosa. Y la coneja, que no corre, que está preñada. Y el tipo la adora. Cuenta que en el living de su casa tiene cientos de plantas que aguardan el instante del viaje a la finca. Se babosea con su familia. El hijo es sicólogo y él sabe que es feliz. Quiere que las chicas sean sus herederas en el trono de la bodega, así tiene más tiempo para las plantas, para el ajo pata de elefante y vaya a saber cuántas cosas más. El tipo sonríe, siempre. Se enoja solo cuando le hablás de costos e impuestos. El resto es ver a la gente que labura, que envasa, etiqueta, degüella botellas de espumantes y las etiquetas que se acumulan en un escritorio. Arriba, la oficina donde el tipo también sonríe. Pude ver dos cuadros. No pregunté quienes son, pero se me ocurre que uno es un retrato de la mamá del tipo que sonríe. Celestina, si no me equivoco. Una caricatura de Rodrigo Scalzi y un dibujo en la pared pintada de naranja. Es el tipo que sonríe, siempre, dibujado por Chanti. Y la charla fluye sobre los bodegueros que lloran, siempre. Sobre lo complicado que está vender, pero que hay que meterle furia. También de la necesidad de que haya controles a la actividad como hacía (¿hace?) el Instituto Nacional de Vitivinicultura, para evitar que haya truchada. Y pone como ejemplo a la sidra. Recuerda que cuando tenía manzanas en La Consulta, en San Carlos, en el Valle de Uco, llegaba una topadora y se llevaba los frutos podridas para hacer esa bebida noble que solo aparece unos días antes de Navidad y que desaparece con los Reyes Magos. La charla discurre entre si hay que ponerle hielo al espumante. El tipo que sonríe, siempre, dice que obviamente. Y que lo podés meter en el freezer para que esté fresquito. ¿Wine not? Su límite para tomar bebidas alcohólicas es el vasito de plástico. Ese no le gusta. Recorremos la bodega, donde todos trabajan. El hombre, que nació a la vida profesional en sistema binario, frente a una pantalla, hoy solo quiere disfrutar de la naturaleza. Confiesa que se compró una pequeña incubadora de huevos de codorniz y que mira atentamente para no perderse el momento en que se quiebra la cáscara y sale el pichoncito. Ese tipo que siempre sonríe es grandote, tiene el pelo y las cejas alborotadas. Es José Pepe Reginato. Que también habla seriamente.

Atenti. El video tiene un bonus track.

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Sarasa. Me avisaron y me quedé. Amo a mi familia y al vino. Mendoza es mi lugar.

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