El Hombre Feliz que hace vino y no espera

Patricio Eppinger se posiciona en el mercado argentino con un impresionante Cabernet Sauvignon

Cuando se trabaja en un rubro durante muchos años y se produce un viraje importante, el amor por lo nuevo suele ser muy fuerte. Es el caso de Patricio Eppinger, un tipo que atrapa con la charla, con su historia, con su vida salpicada por el mundo de la mano de la publicidad. Tal vez nunca pensó que estos días lo iban a encontrar en un loop entre El Edificio Kavanagh en Buenos Aires y las fincas de Mendoza.
En 2005 Patricio volvió a establecerse a la Argentina y con su consultora Wine Idea empezó a plasmar su trabajo de asesoramiento y creación de proyectos vitivinícolas, muchos de los cuales son un gran éxito.
Anduvo por EEUU, Londres, México y se tomó un año sabático en la India.
Estuvo en el origen de Ojo de Agua, la iniciativa del gran artista suizo Dieter Meier, el abuelo de la música electrónica con su grupo Yello
Eppinger asegura que la mesa a la cual sentarse a conversar necesita de cinco patas: el soñador, el inversor, el agrónomo, el enólogo y el comercial.
Y después de años de armar proyectos ajenos, llegó la hora de pensar en lo propio y así nació Homo Felix.
Se trata de un Malbec de Guatallary, un Cabernet Sauvignon de Agrelo, un Chardonnay de Los Chacayes y un Gran Corte de regiones.
Patricio dice que en Homo Felix cada añada debe ser reconocible y memorable.

Sueños de Libertad

Uno de los peso pesados de Homo Felix es el Cabernet Sauvignon, inspirado en Bordeaux y la alta gastronomía neoyorkina. La decisión de hacerlo se produjo en el momento en que todos querían hacer Franc y algún tozudo se inspiró y fueron por el CS. Y no se equivocaron. Es una verdadera joya.
El equipo consolidado está integrado por Bernardo Bossi Bonilla (Enólogo), Marcelo Canatella (Agrónomo), Daniel Favier (Diseños).

Patricio E: «Homo Felix es hombre feliz en latín. Inició siendo un recurso creativo, fue un poquito determinante a la hora de tomar decisiones. Hoy Homo Felix es una bodega mía, no tengo socios, sí tengo un equipazo. Y nuestro primer vino fue en 2010, una bodega que durante 10 añadas fue un solo vino, un blend. Es un proyecto inspirado en el modelo bordolés, por decirlo así. Siempre fue un gran vino, un gran vino, un gran reserva, un vino que tarda 5 años en ver la luz comercial. Son 2 años de crianza y 3 de estiba.
Empecé a exportar este año porque antes nunca tuve volúmenes, siempre fue un proyecto bien chico, sigue siendo chico, estamos hablando de unas 16 mil, 18 mil botellas año, entre los cuatro varietales, pero hasta el 2015 fueron solo 800 cajas por 3 botellas, o sea 2.400 botellas por año. El vino tenía una fama medio de culto, no era una diversión porque era hiper profesional todo, había mucha pasión, mucho terroir, mucha preocupación por la calidad y eso se fue traduciendo en que Homo Felix se fue posicionando y fue llevándome a mí a ambicionar un poquito más, abrir el juego, empezar a pensar cómo estaba andando en las fincas el Cabernet Sauvignon, el Cabernet Franc, el Petit Verdot y finalmente tomar la decisión de salir con estos dos varietales y hoy en el 2024 estamos con los tres tintos y el Chardonnay que es el 2023 de Los Chacayes. Está para salir a la cancha. Estamos muy emocionados, muy contentos, porque implicó ir a Estados Unidos a poner la cara, poner el físico, salir a vender, encontrarnos con un mercado difícil, muy competitivo y darnos cuenta de que tenemos muy buen producto, que la recepción es muy buena a pesar del escepticismo por un mercado medio desinflado, medio sufriendo, como muchos mercados del mundo. Estados Unidos no es la excepción, pero es la referencia del mercado social, nosotros vamos a ir primero a Estados Unidos, después a Brasil, después a Inglaterra.»

La charla fluye hacia la comercialización y el mercado doméstico. Patricio Eppinger lo rotula como un «mercado sano» y dice: «La Argentina consume el 80% del vino que produce y es el quinto, sexto o cuarto productor históricamente de vino, con lo cual somos un país de alto consumo de vino, hoy por hoy relativamente bajo y hay una gran cultura gastronómica, que va necesariamente ligada al vino y es un país bárbaro para vender vino, por supuesto las coyunturas son durísimas, pero al menos podemos ajustar por inflación, cuando hay inflación, cuando exportás no podés ajustar, para el caso, en el caso del comienzo de la era Milei, nos subieron los costos 30, 40% en dólares y no lo pudimos traducir en aumentos afuera, son cosas que se van a ir terminando de ajustar. La verdad es que el mercado argentino es un mercado que en los últimos 20 años han ingresado un montón de aficionados muy entusiastas, entonces obviamente que el vino económico compite en inferioridad de condiciones contra la cerveza, contra los oligopolios de las grandes gaseosas y demás, y el vino ha perdido terreno a lo loco en la franja de abajo de la góndola, pero los vinos, a plata de hoy, 8 mil o 10 mil pesos para arriba, tienen un mercado bárbaro. El vino carísimo antes no existía, existía el vino barato, el vino mediano, y el vino caro. Hace 10 años arrancaron con este concepto de vino carísimo que te deja fuera, yo antes consumía los vinos que hoy son carísimos porque eran caros, y me daba el gusto. Hoy los vinos carísimos no los tomo. 150 mil pesos un vino, ¿en qué momento?, ¿por qué?, entonces, y no estoy hablando de un 1978 Gran Cru, estoy hablando de un 2021 que acaba de salir de la cocina y vale 150 lucas. Esas son cosas a corregir en la Argentina. Lo mismo pasa con los autos, pagamos un auto el doble de lo que vale en Estados Unidos, y no sé si el doble de lo que vale en Chile. Son coyunturas que a nosotros, las pyme en la Argentina nos afectan fuertemente, pero bueno, esperemos que se corrijan.»